Nota: Esta crítica puede desvelar parcialmente el argumento de la obra.
Los entresijos que se pueden esconder tras los sentimientos que viven en nuestra mente latente e incansable son tan profundos, tan extensos, que es prácticamente imposible llevar un control de los mismos. De ahí nacen millones de millones de personalidades, de ahí nacen millones y millones de maneras conocer el dolor, de llegar a acariciar el infierno.
La campana de cristal es un grito al dolor interior de una mente mustia y quebrada, que poco a poco se va evaporando en la corriente de un mundo que a Esther Greenwood se le antojó, sencillamente imposible. Y digo sencillamente porque sucedió (sucede) así exactamente. Un un instante todo se rompe, y algo que funcionaba más o menos a la perfección empieza a chirría, a flojear y se precipita fuera del camino de la normalidad. Entonces deja de tener fuerza, y su comportamiento se sale de lo común. Y todo esto se une a una desesperanza atroz, a un dolor más agudo que el frío y a la incomprensión del alrededor. Después de haber disfrutado de una beca estudiantil durante un mes en Nueva York, lugar en el que se deja envolver por una vorágine de sucesos en los que nunca se nota del todo cómoda. Las crisis nerviosas empiezan a aflorar levemente, dejando entrever al lector sentimientos agónicos y fríos, que entristecen y provocan un desasosiego en el que cualquiera que haya sufrido una enfermedad semejante identificará en seguida. Es, realmente, escalofriante.
Posteriormente, la novela abandona la ciudad de Nueva York y Esther se refugia en su casa natal, en una rutina que la desploma por completo. El reflejo de su decadencia es tan realista y tan tangible que, en ocasiones, resulta insoportable y rabioso proseguir con su lectura. Las páginas avanzan con agonía y desesperanza, plagadas de desmotivación, de gritos de auxilio, de puñetazos de verdad. Esther (Sylvia) nada hacia su destrucción, con una calma serena y malvada.
Finalmente, se produce el confinamiento en un manicomio, reflejando los terribles métodos con los que se trataba a los enfermos mentales en los años 50. Una parte que se enfría, se provoca el práctico distanciamiento de la protagonista con la realidad, cómo si todo lo demás se encontrase desenfocado, lejano, sin importancia. Es tan visual que se llega a una parte de hiperrealismo espectacular.
Además de la evidente calidad que desprende la literatura de la autora, todo cobra mayor dramatismo al conocer que se trata de una novela semi-autobiográfica (lo conocido cómo novela en clave), y que Sylvia Plath se quitó la vida un mes después de su publicación.
La campana de cristal es un grito al dolor interior de una mente mustia y quebrada, que poco a poco se va evaporando en la corriente de un mundo que a Esther Greenwood se le antojó, sencillamente imposible. Y digo sencillamente porque sucedió (sucede) así exactamente. Un un instante todo se rompe, y algo que funcionaba más o menos a la perfección empieza a chirría, a flojear y se precipita fuera del camino de la normalidad. Entonces deja de tener fuerza, y su comportamiento se sale de lo común. Y todo esto se une a una desesperanza atroz, a un dolor más agudo que el frío y a la incomprensión del alrededor. Después de haber disfrutado de una beca estudiantil durante un mes en Nueva York, lugar en el que se deja envolver por una vorágine de sucesos en los que nunca se nota del todo cómoda. Las crisis nerviosas empiezan a aflorar levemente, dejando entrever al lector sentimientos agónicos y fríos, que entristecen y provocan un desasosiego en el que cualquiera que haya sufrido una enfermedad semejante identificará en seguida. Es, realmente, escalofriante.
Posteriormente, la novela abandona la ciudad de Nueva York y Esther se refugia en su casa natal, en una rutina que la desploma por completo. El reflejo de su decadencia es tan realista y tan tangible que, en ocasiones, resulta insoportable y rabioso proseguir con su lectura. Las páginas avanzan con agonía y desesperanza, plagadas de desmotivación, de gritos de auxilio, de puñetazos de verdad. Esther (Sylvia) nada hacia su destrucción, con una calma serena y malvada.
Finalmente, se produce el confinamiento en un manicomio, reflejando los terribles métodos con los que se trataba a los enfermos mentales en los años 50. Una parte que se enfría, se provoca el práctico distanciamiento de la protagonista con la realidad, cómo si todo lo demás se encontrase desenfocado, lejano, sin importancia. Es tan visual que se llega a una parte de hiperrealismo espectacular.
Además de la evidente calidad que desprende la literatura de la autora, todo cobra mayor dramatismo al conocer que se trata de una novela semi-autobiográfica (lo conocido cómo novela en clave), y que Sylvia Plath se quitó la vida un mes después de su publicación.
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