Ni lloran. Ni viven. Porque alguien o algo ha roto sus raíces.
Y ya no tocan la tierra, ni la miman ni la acarician.
Tal y como las almas mustias a las que no les queda nada,
esas que se desmiembran de dolor sin la mínima esperanza.
Hoy los latidos se han apagado, para no volver a latir.
Una incógnita la ausencia de color... Que no es vacío.
Que es peor.
Efímero.
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