lunes, 7 de marzo de 2016

#CINE: Truman, de tragedia y perros // ****


Hacía cuatro años que ninguna película conseguía hacerme llorar. Es cierto que no soy una persona de lágrima especialmente fácil, y mucho menos en el ámbito cinematográfico. La última en lograrlo fue "Amor", en el año 2012, cuya proyección tuve el gusto de disfrutar, y sufrir, en el Teatro Kursaal de Melilla. 

Y ahora, contra todo pronóstico, lo ha hecho "Truman". Tal vez lo haya logrado por el simple hecho de que Cesc Gay, el director del film, no ha intentando ahondar en el soporífero llanto fácil. Más bien, todo lo contrario: los toques de despreocupado humor son la guinda especial de esta película, la gran galardonda en los Premio Goya.

"Truman" es un crudo experimento que nos acerca un tema un tanto recurrente: el fallecimiento casi inminente de Julián que (el tan especial Ricardo Darin), víctima de un cáncer sin esperanza de cura, decide abandonar el tratamiento. En esta tesitura, su amigo de la infancia, Tomás (Javier Cámara), viaja desde Canadá para pasar unos días entrañables e intensos junto a él... principalmente porque serán los últimos.

Pero no se trata de un viaje cargado de dramatismo, de desesperanza y de grandes y tediosos diálogos sobre el irse, sobre la muerte y sobre el victimismo (por otro lado, muy justificado sí así fuera). Más bien, se da un enfoque en el que Julián, aunque muerto de miedo y de ganas de vivir, se enfrenta a los trámites tan triviales y anodinos como elegir su ataúd o su lugar de descanso eterno. Y, lo más importante, ¿con quién vivirá Truman, su apreciado perro, cuando él tenga que irse?

Es muy sorprendente el desarrollo de los hechos, con un ingenio despreocupado, toques de humor frescos y vivaces. La interpretación de Ricardo Darin, el brillo apagado de sus ojos, ameniza una trama en la que el reflejo del carácter de Julián, por momentos, hace que el espectador se olvide del tema central del film. Mientras tanto, un hábil y tierno Javier Cámara, es un mero acompañante de lo que sucede, A través de él, con mucha originalidad, vemos el terrible proceso que la rutina de un hombre condenado, donde cada uno de los segundos que transcurren son, literalmente, oro efímero.

Pero no es la fugacidad de la vida lo que expresa Cesc Gay, ni tampoco es una carrera a contrarreloj para hacer las "diez cosas importantes antes de morir". La originalidad radica en que se trata de un reflejo realista de la verdadera verdad: el desencanto de tener que partir de manera tan prematura, la entereza y la naturalidad con la que Julián tiene que afrontar sus últimas semanas de vida.

Sobre todo humana, muy humana. Una figuración muy sana de una realidad terrible que, desgraciadamente, no está tan alejado de la realidad. Un tema tabú que se busca desmitificar. Una vez más, la magia del cine.

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