La infancia nos marca de una forma permanente, que perdura por los años, que queda anclada en los pensamientos, sin que seamos conscientes de ello (o no plenamente). Tal vez son estas series de televisión, esas películas, aquellos libros que leemos, los que terminan determinando la clase de persona en la que nos terminamos convirtiendo. Crecí viendo a Pippi, Tommy Annika en la televisión. Recuerdo tener su colección de VHS cuidadosamente guardados en una caja de colección, edición limitada. Desgastaba las cintas viéndolas una y otra vez, y mi admiración hacia este estravagante personaje no hacía más que expandirse en mi fantasía infantil.
Ahora, un poco menos de una década después, me entra la nostalgia y me pongo a leer la recopilación de historias de Pippi. Ahora me percato de que se trata de un personaje profundamente justiciero y que contiene una fuerte crítica social. Para mi sorpresa descubro que mi admirado mito infantil no es más que una feminista de los pies a la cabeza pelirroja... ¡Cómo no me había dado cuenta antes!
La talentosa Astrid Lindgen publicó el libro de casualidad (siempre me perturban esas anécotas, pues por un pequeño traspiés del destino, nunca habríamos llegado a conocer a Pippi), producto de una historia que la escritora le contró a su hija cuando esta se encontraba enferma de los pulmones. Recibió constantes rechazos de las editoriales hasta que, finalmente, en el año 1945 ganó un concurso editorial. El resto, ya lo conocemos.
A parte de los valores que enseña el cuento (la amistad, por ejemplo) enseña muchos otros de dudosa ética. Pippi vive sola, no va al colegio, apenas posee educación cívica (aunque tiene un grandísimo corazón) y le encanta inventarse (¿mentir?) historias. Es sumamente feliz, su personaje carece de drama real y vive en permanente optimismo. Tal vez, en una visión más adulta, podríamos pensar que Pippi era víctima de una perturbación mental elevada (sí, lo sé, es doloroso admitirlo).
Todo esto me hace meterme en la cabeza de la escritora. Una mujer que ansiaba la fuerza, seguramente que anhelaba haber tenido una amiga como Pippi... alguien fuerte a su lado que la protegiera de cualquier temor (no olvidemos que Pippi era la persona más fuerte y valiente del mundo). Aún así, al final del libro, algo empaña la felicidad absoluta de Pippi: su miedo a crecer. Incluso la novela, que siempre ha mantenido un ritmo alegre, termina de forma bastante apagada y oscura lo que me ha llamado poderosamente la atención: Tommy y Annika, después de haber pasado varios meses en los Mares del Sur con Pippi, obsevan desde su cuarto con sus padres, a Pippi, que yace sentada sobre su cama, con la mirada perdida y la expresión sombría e imperturbable.
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