Según la cultura popular, "Quedarse a la luna de Valencia" significaría algo así como "estar en las nubes, estar en babia". Pero la historia de este lema o refrán es mucho más interesante que eso. El origen de la misma más probable se referiría a las antiguas murallas que rodeaban la ciudad valenciana. Dichas murallas se cerraban por la noche tras un toque de queda, por lo que aquellos rezagados que, a tardías horas, ya no podían acceder al interior, debían de pasar el resto de la noche a la luz de la luna de Valencia.
Podríamos decir que la historia que se esconde detrás de esta novela de Gemma Jordán Vives es una alegoría (solo en parte) que hace referencia a este hecho. Carmen y Sofía son dos jóvenes que parecen querer luchar por poder entrar en esas 'murallas', pero no logran conseguirlo del todo. En medio de sus vidas, aparentemente insulsas y que evocan la normalidad y la rutina, un encuentro fortuito entre ambas hace que las puertas de Valencia vuelvan a abrirse.
Lo primero y más interesante que nos llama la atención de la primera novela de G.J.V es el doble narrador en primera persona. Es un recurso muy poco empleado en la literatura (sobre todo la moderna, ya que es algo que era muy común en los s.XV y XVI) por su complejidad a la hora del desarrollo. La dificultad radica en saber mantener la personalidad independiente de Carmen y Sofía en cada uno de los fragmentos que corresponden, sin perder la esencia y el estilismo de la novela en sí. Gemma domina hábilmente dicho recurso, con una comodidad sobresaliente. Atreviéndose a ello, además, consigue plasmar de forma más íntima y más realistas los sentimientos y sensaciones que viven las dos protagonistas. En cuando al lector, por este mismo motivo, debe de ser hábil para lograr saber quien es la narradora en determinados fragmentos. Sin embargo, siempre hay mínimo detalle para facilitarnos esa identificación. Ahí, para mí, radica la belleza y la técnica de A la luna de Valencia.
La trama entremezcla el recurrente tema del amor imposible (o, más bien, complicado) con una trama compleja y oscura detrás, lo que le da más vida e intensidad a los acontecimientos a través de giros de acción inesperados. Sofía y Carmen son, por consecuencia, una antítesis la una de la otra. Los desequilibrios entre ambas se solventan cuando la autora logra, de forma brillante, equiparar las energías y conseguir, por un momento, que nos olvidemos de que son dos personas diferentes para unirlas en un único ser. De eso se trata, después de todo, amar y ser amado.
Otra característica importante de la novela son las canciones, que la autora utiliza para dividir los diferentes capítulos o partes. Estas canciones son elegidas sutilmente, o bien para zanjar una situación, o bien para describirnos lo que va a ocurrir a continuación. Es un recurso que, de nuevo, embellece la literatura de la obra.
Y, por otra parte, está el escenario de fondo que no todas las novelas se preocupan de cuidar. El amor de la escritora por Valencia queda latente en los diferentes lugares que se describen, que se exhiben y se muestran. Gemma nos desvela el corazón latente de una ciudad mágica, nos desvela su cultura, sus lugares y sus gentes, mostrando sin tapujos la hermosura de este pequeño paraíso de nuestro país, que es el marco perfecto para albergar esta historia cruda y fantástica historia. Siempre me ha parecido de vital importancia que una hermosa historia este situada en el lugar correcto.
Dicho esto, A la luna de Valencia es la segunda gran sorpresa que me llevo al nadar en el azar de la selva de Amazon (mi otro descubrimiento fue Mente), donde a veces es complicado obtener una obra de la calidad destacable de esta obra y, sobre todo, su originalidad que es algo muy valorado en la literatura repetitiva de hoy en día.
Desde aqui, de escritora a escritora, quiero dar mis más sinceras felicitaciones a Gemma Jordán por su trabajo y por su esfuerzo. También le envío mis mejores deseos en este viaje literario. Esperamos leerte mucho más, querida.
Felices Letras.
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