Esta conocida y reconocida obra teatral de Leandro Fernández Moratín fue estrenada en enero del año 1806. Llegó a ser prohibida por la Inquisición.
Avanzada a su momento por la rebeldía y la crítica social implícita en ella. La obra trata sobre el tema tan común de los matrimonios de conveniencia. Doña Francisca, una muchacha muy joven criada en un convento, es prometida por su madre, Doña Irene, con Don Diego un hombre mayor y adinerado. La trama se desarrolla en conversaciones entre la madre y el prometido, hablando sobre los verdaderos intereses de la joven prometida. Se entremezcla aquí un conflicto de intereses, de ausencia de libertad, de mentiras y de manipulación, de la que el autor se vale para criticar la escasa validez de la decisión de una mujer sin medios por aquel entonces.
Plasmada con una literatura muy sencilla y poco decorada, las acotaciones son escasas y no demasiado precisas. Destaca el juego de luces, la ausencia de lenguaje poético y las escenas breves y directas (a excepción de algunas puntualidades). Los personajes femeninos tienen más fuerza y son predominantes.
Moratín pertenecía a los pensadores de la Ilustración y no se consideraba un rebelde, sino un reformista. Su ideología liberal que aboga por los derechos de la mujer es comprometida con sus personajes y su desagrado con la conveniencia del casamiento entre mujeres jóvenes y hombres maduros centrándose en que se trata de una acción nada moral (no existe amor entre ambos) y que perjudicaba al crecimiento de la población (debido a la diferencia de edad, los cónyuges tenían pocos hijos).
La brillantez de un clásico, arrastrado a nuestros días. Una lectura imprescindible, como muchas otras, más por su contenido comprometido que por los recursos literarios. Atrevida, intransigente y poderosa. El arma de doble filo del teatro de la época. Fascinante.
"DOÑA IRENE.- No es esto reñirte, hija mía; esto es aconsejarte. Porque como tú no tienes conocimiento para considerar el bien que se nos ha entrado por las puertas... Y lo atrasada que me coge, que yo no sé lo que hubiera sido de tu pobre madre... Siempre cayendo y levantando... Médicos, botica... Que se dejaba pedir aquel caribe de Don Bruno (Dios le haya coronado de gloria) los veinte y los treinta reales por cada papelillo de píldoras de coloquíntida y asafétida... Mira que un casamiento como el que vas a hacer, muy pocas le consiguen. Bien que a las oraciones de tus tías, que son unas bienaventuradas, debemos agradecer esta fortuna, y no a tus méritos ni a mi diligencia... ¿Qué dices?
DOÑA FRANCISCA.- Yo, nada, mamá.
DOÑA IRENE.- Pues nunca dices nada. ¡Válgame Dios, señor!... En hablándote de esto no te ocurre nada que decir."
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