Durante los meses de espera, desde que se conoció que ‘La vida de Adèle’ había arrasado en el festival de Cannes, la polémica a la par que la fascinación de los afortunados que ya habían tenido la oportunidad de verla, no hacía más que empujar mis ansias y deseos de conocer qué se escondía detrás de esta película francesa.
De nada han servido las ideas que me había formado de lo que iba a ver. Creía a ciencia cierta que, tal vez me gustase, pero dudaba que pudiera llegar a sorprenderme realmente. Cuando por fin adquirí mi entrada de cine para saborear lo que Kechiche había puesto tanto empeño en contarnos sobre esa bonita joven, dudaba poder salir de la sala sintiendo algo nuevo.
Pero desde el principio hasta el final, la película que da vida a la novela gráfica ‘El azul es un color cálido’ no se parecía a nada de lo que hubiera visto hasta ese momento. En pocos segundos, ya me sentí que formaba parte de la película, como si Adèle y el espectador tuvieran los mismos ojos. Y no, no tan sólo ves lo que ella ve, si no que sientes lo que ella siente en todo momento, como una conexión difícil de explicar. La evolución de los personajes y de sus sentimientos es, simplemente indescriptible. Por momentos el film es tan sumamente hermoso, o tan sumamente doloroso, o tan sumamente maravilloso que deja sin aliento, mientras te dejas enfrascar en una vida que, unos segundos antes de entrar a la sala, te era completamente ajena.
Tampoco he sentido nunca el amor tan palpable en el cine, y que Adèle y Emma sean dos mujeres termina siendo lo menos importante, para sumergirnos en lo que a todos nos gustaría fuese nuestra propia historia, y posiblemente lo sea en cierta parte. Se necesita muy poco tiempo para que la calidez de amor azul de estas dos hermosas mujeres hipnotice al espectador de principio a fin. La literatura tiene un peso importante, que Kechiche usa, a mi parecer, muy hábilmente para lanzar mensajes importantes, como guiños ingeniosos. Selecciona grandes obras de la literatura y pasajes realmente acertados, en un marco muy elaborado y muy apropiado. La pintura y el arte, como se entiende, también tiene un sentido a la par de significativo durante toda la película. Si bien es una de las partes que más late, lo importante no es la pintura en sí, sino todo lo que esta arrastra tras de sí.
Nada en La vida de Adèle sucede por que sí.
El sexo entre la joven de mirada perdida y la chica del pelo azul, lejos de hacerse pesado, constituye una de las piezas más intensas y preciosas que constituyen este magistral trabajo, dejando en evidencia otras muchas escenas entre sábanas. Kechiche, ayudado de unas interpretaciones inmejorables, nos muestra otra forma de verlo: como la expresión máxima de los sentimientos y el amor, entre dos personas que se aman, que se buscan y se anhelan, y que no sienten ningún tipo de pudor.
Los tintes de dolor, amor, felicidad, lágrimas reales, conversaciones intensas y variopintas situaciones, que juegan con la fuerza emocional de un espectador que se tiene un indiscreto por momentos, constituyen en esta película una obra del séptimo arte diferente, a unas alturas del cine que se creía difícil lograr sorprender. Al terminar ‘La Vida de Adèle’, simplemente pude pensar en que probablemente no volvería a ver nada igual en mucho tiempo.
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