Leviatán es un monstruo marino de origen bíblico, estrechamente vinculado con Satanás el Diablo. Se trata de una serpiente gigantesca que el mismo Dios creó al quinto día.
Leviatán es también un film ruso, participante en el Festival de Cannes y reconocido por varios premios y críticos de todo el mundo. Se trata del cuadro de una familia rusa, que vive en un precioso pueblo pesquero, y que debe lidiar con un suceso que trastoca sus vida para siempre: El alcalde del pueblo está empeñado en expropiarlos. Kolia, mecánico y enamorado de ese lugar, luchará con la Ley en la mano para evitar que le arrebaten sus sueños. Sin embargo, los tentáculos de la corrupción son infinitos y muy numerosos. El pez grande (como Leviatán) devora, sin piedad, al más pequeño.
Un fuerte retrato de denuncia social con muchos matices. Reflejo fiel y crudo de la realidad corrupta de una hermosa rusia desolada y abandonada a las malas intenciones. La figurada calma del mar, el ladrido de los perros, el cielo azulado, serán el paisaje de fondo para inmiscuir al espectador en una rabiosa trama que avanza a pasos lentos, torpes y un tanto soporíferos.
Si bien es cierto que las interpretaciones no están del todo mal, y el guión tiene momentos exultantes de desafío y lucidez, es importante que el director, los actores y la sucesión de los hechos, consigas una armonía, una simbiosis en la que se una calidad, entretenimiento y sentimientos. Por mal que pese, el film es lento, lento hasta la saciedad. Y es frío, toma distancia del espectador al que no le deja entrar, por lo que vivimos muchos sucesos, pero desde la lejanía. Vemos una película que dura dos horas y pico, pero no llega a acariciarnos el corazón.
Sólo recomendable para los amantes del cine ruso, o para aquellos que quieran documentarse sobre su situación.
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