"Techo y comida" es uno de estos films agónicos que incomodan, y mucho. Su fin no es recrearse en el Séptimo Arte, ni ofrecer una película de culto. No, su única meta es la denuncia socio política de un problema más que real: el paro, la falta de medios económicos y las pocas (o nulas) ayudas del Estado para estas situaciones de exclusión social.
Es Natalia de Molina, ganadora del Goya a mejor actriz, quien salva el trascurso del largometraje de manera bastante airosa. Interpreta a Rocío, una madre soltera, sin trabajo ni medios económicos, que ocupa un alquiler que no puede pagar y alimenta a su hijo con bocadillos de salchichas y vasos de leche rebajados con agua. A ella rara vez tenemos el gusto de verla comer. Se presenta ante una tesitura límite, a la que no sabe cómo hacer frente. Da la impresión de que Rocío está demasiado bloqueada cómo para actuar, apenas pone empeño y la sociedad tampoco le ayuda abrirse camino.
Se crea una atmósfera claustrofóbica, que nos hace removernos en nuestros sillones y apartar la mirada de nuestros televisores de plasma. De repente, nos damos cuenta que ese sándwich que devoramos sin darnos cuenta es un lujo, y que ese café caliente también. Porque para Rocío, y para su hijo Adrián, prepararse un plato de patatas fritas con una hamburguesa es asistir a un restaurante de alto nivel.
Refleja el gran vacío burocrático al que personas pobres y sin recursos tienen que enfrentarse. A la total y absoluta incomprensión de un sistema del "bienestar" que no encuentra maneras de ayudar a quiénes no tienen cómo ganarse la vida. Los organismos públicos se encogen de hombros con incomodidad, se escudan en conversaciones triviales y lo lamentan sin sinceridad. Pero mientras tardan seis meses en concederle cien euros para comer al mes (¡¡100€!!), Rocío tiene que conseguir alimentos, champú y zapatillas para su hijo pequeño.
"Techo y comida" se trata de un cuadro crudo que refleja una realidad actual y vergonzosa. Y dolorosa. Sin embargo, no logra crear esa empatía necesaria, ni tampoco esa sinceridad. Lo que pretende ser un reflejo costumbrista, se queda vacío y sin alma. El guion de una vida está poco explotado, y cabría esperar algo más.
Sin embargo, he de decir que este tipo de proyectos son muy necesarios para la conciencia social. No estaría mal que los políticos que gobiernan nuestro país se tomasen una hora y pico de su vida en verla. O, mejor aún, en experimentarla.
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