El cine es un arte incansable, que necesita explotar todas y cada una de las experiencias posibles del ser humano. Junto a la literatura, es el medio que nos permite vivir, revivir o reinventar otras 'formas de vida', otras etapas, otras épocas que no vamos a tener la oportunidad de sentir en nuestras carnes. Nos permite también conocer a personas que, de otra forma, jamás llegaríamos ni siquiera a mirar. Existen argumentos extraordinarios, fantásticos, que se alejan de la realidad y nos adentran en mundos imaginarios. Pero también existen otro tipo de guiones más costumbristas, más cercanos a nuestro día a día. Guiones que convierten la rutina en algo, sutilmente, maravilloso.
80 EGUNEAN (En 80 días) es una atrevida propuesta del cine vasco. Exhibida en V.O.S (Euskera) y del mismo director que ha sorprendido a la cartelera con LOREAK, cuenta la común historia de una entrañable anciana Axun que, sintiendo compasión por el ex marido de su hija, va a visitarlo asiduamente al hospital, donde se encuentra en coma. Allí, se reencuentra, 50 años después, con una especial amiga de su adolescencia, Maite, una música recién jubilada que cuida de su hermano.
Si los años no son nada, eso se demuestra muy hábilmente en la serie de sucesos que azota a éstas dos luchadoras, cuyo rostro surcado de arrugas, sigue mostrando la timidez, las dudas y la valentía de su juventud, a la que nunca han sabido dejar atrás. Axun se vuelca totalmente con Maite, como deseando recuperar el tiempo perdido. Maite, por su parte, le muestra una nueva forma de vivir el último tercio de su aún latente vida.
Las interpretaciones son estelares, sin lugar a dudas. La sensibilidad que reflejan las miradas, la fuerza implícita de los diálogos, el deleite del alma entregada a cada fotograma, hace que el espectador se sienta embelesado por las dos protagonistas que se nos presentan. Los demás personajes secundarios, también juegan hábilmente sus bazas: El marido de Axun, la hija que vive en América (y cuya aparición es a través de llamadas telefónicas) y la sobrina que trabaja en el hospital. Son piezas claves del hilarante desarrollo de los sucesos que, sin más, explotan ante nuestros sentidos repentinamente... pero con suavidad al mismo tiempo.
La película está contada con tal honestidad, que es sencillo olvidarse de que una historia tan sentimental está protagonizada por dos personas septuagenarias. Está contada con tanta verdad, que incluso nos olvidamos que que tan sólo se trata una película. Está plasmada con tanta intensidad, que la emoción nos abraza fuertemente la garganta.
Me enorgullece que el cine sigue apostando por estas ideas tan transgresoras (aunque no deberían de considerarse así, pero el poco eco que ha tenido en la gran pantalla así lo demuestra) que todavía no son bien acogidas por el público común. Ojalá, tal vez, algún día, nuestras salas de cine se llenen de pequeñas grandes joyas como éstas, de personas que hacen cine con el alma y con el corazón.
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